¿Qué sería del poeta sin el desamor?

No quiero que te vayas, le susurré. Y se fue igual, con destellos de agua en sus ojos. Ahí lo supe, le había perdido. Yo, que tanto le quise, le había perdido. -¡Maldita vida!- Grité para mis adentros, porque ni siquiera podía hacer salir la voz luego de haberle dicho con el último hilo que me quedaba de ésta ''no te vayas''. Lloré, lloré y me tragué las lágrimas más amargas que nunca antes había saboreado. Había llorado por otros amores pero esta vez el llanto era diferente. Había llorado a cántaros, a charcos, a moco tendido, desde las entrañas. Ésta vez el llanto era menos, pero más sentido. Era una tristeza más verdadera y con menos remedio. Era la tristeza de saber que había perdido a un alma buena, a un hombre bondadoso, alegre, dulce. A él, que me hacía sentir que todo lo podía y que los problemas no eran nada. A él, que me hacía saber que era la más hermosa. A él que también, al igual que yo, se imaginaba que estaríamos por más tiempo compartiendo éste viaje llamado vida. A él, que tenía más que nada virtudes y un sólo defecto, la cobardía: ésa, la que nos nos permitió seguir.
                                                                           Jael