♡ ☮ ♪✿

Tanta fuerza y tanto amor hacen al mundo girar, algún día lo descubrirás . . .

16 de octubre de 2017

El chico de los tatuajes. Magalí Tajes

Lo conocí viajando en subte, llevaba con él un skate y una guitarra. Me dio ternura, no sé por qué. Estaba lleno de tatuajes: negros y en colores. Me pregunté qué historia tendrían esos tatuajes. Me pregunté en qué lo habían marcado tanto como para adherirlos a su piel. Los tatuajes no son lo único que te marcan para siempre, hay marcas invisibles que, de tanto en tanto, si las pensamos duelen. Un tatuaje es una forma de que esa marca no se olvide, de que no se piense de tanto en tanto, de que esté cada vez que nos miremos.
"¿Qué tenés tatuado acá?". "¿Cómo?". "Esto, acá, ¿qué te tatuaste?". En un impulso le hablo. Rompo la barrera imaginaria que nos separa por ser extraños. Pude romperla porque estuve en un after tomando cerveza. Es más fácil hacer cosas que uno considera locas cuando no se está sobrio. Rompo la barrera imaginaria que nos separa por ajenos. Ahora voy a conocer algo de alguien que hasta hacía tres segundos, para mí, no existía. Pienso en todas las personas que todavía no existen en mi vida, y me asusto de concientizar que muchas de las personas que no llegaron aún a mi historia, me la pueden cambiar. Para bien, para mal. Hay gente dando vueltas que me puede marcar de alguna forma. También hay gente dando vueltas que no me puede marcar de ninguna forma. ¿Dejaremos marcas de las que nunca llegamos a saber?
"Es un tatuaje de los redondos". El chico me extiende su mano, sonriendo. Le digo que parece una célula vegetal, que por eso le pregunté, que no lo entendía. Se mira la mano y asiente. "Tenés razón, parece una célula. Me lo tatuaron para el orto jaja. Pasa que es un arreglo. Tenía tatuado el nombre de mi ex novia". El chico de los tatuajes ya no sonríe. Creo que está dudando si contarme su historia o no. Se abren las puertas del subte y pasa gente. El chico de los tatuajes también se abre y me deja pasar: "Estuve cinco años de novio, se llama Romina. ¿Ves acá? Es la R. Me dejó el año pasado. ¿Vos siempre le hablás a la gente en el subte?". "Jaja no, nunca". "Ah. Buena vibra. Es la primera vez que hablo con alguien acá, vengo muy solo. Gracias. Romina... Me volví loco cuando me dejó. Me fui a la mierda. A la mierda no. A Brasil. Estuve viviendo diez meses en una favela. Aprendí mucho". "¿Por qué volviste?". "Volví hace dos semanas. Me deportaron porque no tenía papeles. Voy a juntar un poco de guita y voy a volver. ¿Vos tenés tatuajes?". El tipo que está sentado al lado del chico de los tatuajes nos mira. Se nota que no entiende qué pasa, y no lo juzgo, la situación no tiene sentido en este contexto. Hablar con alguien que no conocés de la vida, es de esas cosas que te pasan en la playa, en otro país, en un hostel, pero no en el subte A. "Sí, tengo cuatro tatuajes. La semana pasada me hice el último. Una calavera con una rosa. Una forma de decir que en toda muerte, hay una primavera por venir. Y una forma de recordarme que estoy de paso". "Muy lindo eso", dice el tipo que está sentado al lado del chico de los tatuajes. "Digo, bah, perdón que me meta. Yo no tengo tatuajes, me dan impresión las agujas, pero si no me dieran ese cagazo... igual no me tatuaría el nombre de mi mujer. ¿Sabés qué pasa, pibe? Que uno piensa que el amor es para toda la vida, y la vida es muy larga. Es como dice la piba, estamos de paso. Yo ya me casé tres veces. Imaginate si me hubiera tatuado los tres matrimonios... Mi primer mujer se llamaba Gladys. Ni loco me tatuaba Gladys". Nos reímos los tres. Y el tipo se baja en Lima.
Pasan las estaciones. El chico de los tatuajes me cuenta que Romina lo dejó porque, antes de irse a Brasil, él fumaba mucha marihuana y tocaba varias noches a la semana en una banda de rock. A Romina no le gustaban ninguna de las dos cosas. Le digo que no tiene mucho sentido amar a alguien al que no le gusta lo que somos, que venimos todos fallados, y que hay que hacerse cargo de las balas que uno tiene incrustadas en el cuerpo antes de salir a dispararles a los demás en donde ya están heridos. Me dice que no entendió mi metáfora, pero que muchas gracias por el compañerismo. Me río.
El chico de los tatuajes me pregunta cosas de mi vida, y dice mucho "Buena vibra". Me cuenta que está viviendo en un colchón, en el balcón de su hermano, que su padre es artista, que su madre vive en Río de Janeiro, que le gustan más los perros que los gatos, y que lo único en la vida que lo hizo llorar más que Romina fue Racing. Sonríe: Es mentira que los hombres no lloramos. Habla mucho de Racing, del equipo, de la gente. "La cancha de Racing es el único lugar donde no me siento solo", dice. Y le creo. Pero pienso que uno se puede inventar varios lugares donde no estar solo, que no se dan porque sí la mayoría de las veces, que hay que buscarlos, trabajarlos, y cuidarlos. Se lo digo. Me repite que su lugar en el mundo es la cancha de Racing. "Y Brasil", agrega. Entonces digo: "¿Viste? Racing no era el único. Es bueno que todo no dependa solo de un lugar. Porque si ese lugar se cae, nos caemos nosotros". "Como me pasó con Romina". Silencio. "Algunas metáforas se entienden más que otras, ¿no? Buena vibra". Sonrío. El subte anuncia que llegamos a Acoyte. Es mi estación. El chico de los tatuajes me abraza y me pregunta si le doy un beso. Le digo que no, pero que si quiere le doy una historia. Acepta. Y acá estamos

No hay comentarios:

Publicar un comentario