Cuando te perdí por primera vez...

Yo vivo en ti. Y ahora necesito un poco de paz para olvidarme de eso. Los suspiros sabían y olían a ti. Todo te reconocía automáticamente sin siquiera yo nombrarte, sin siquiera yo pensarte, sin siquiera visualizarte. Solo surgían tu nombre como las burbujas en el agua hirviendo. Caminaba horas y horas, cosas automáticas, no pensar, no pensar. Sabia que no iría a olvidarte. Con no recordarte me bastaba en estos tiempos. Con correr de la nostalgia aun sabiendo que iría conmigo a cualquier parte. Intenté no ver, no creer. No pensar. La solución la tenia. Pero se tornaba imposible. No pensar. Nunca había tomado ni bebido. En estos tiempos, lo necesitaba. Lastima que siempre odie el humo y el vómito. Los estupefacientes no eran lo mío. Lo sabia ya sin siquiera haberlos probado. Cuando escribía te pensaba, pero no de una forma caótica dramática y llorona, si no más bien de una forma de escape. Escapar. Cosas automáticas. Las noches seguían siendo de sollozos pero igual, preferiría no hablar de eso. Hablar de eso implicaría caer en lo que había mencionado oraciones antes. Y no. No era una alternativa. Reía. Reía mucho. Pero aun así no olvidaba. Amaba. Reía. Pero seguías calándome hasta los huesos en la distancia. Amaba lo que me mataba. Amaba esta distancia en mi cordura. Esta distancia me hacia tenerte irremediablemente lejos. Pero era la única alternativa. Si estabas acá hubiera corrido a buscarte. Telefonear. Llorar. Tu vendrías. Esa no era la solución.