Hache, tú me hacías sonreír.

En la vida me he arrepentido más de las cosas que no dije/hice que de las que sí. Y tú encabezas la lista Hache. Tú me hacías sonreír. Quise encontrar explicaciones, tantas, muchas, veces. Pero nunca han llegado a mí, creo, el desenlace sólo se debió a la imbecilidad humana  nuestra catastrófica costumbre de dejar todo para después.
Hache me ha dado los besos más mágicos de mi vida.
Con Hache fuimos novios 10 días, como mucho.
Con Hache sentí lo que nunca jamás antes ni después.
Lo sabemos, la intensidad del sentir nada tiene que ver con la relatividad del tiempo.
Fuiste ese rayo que necesitaba para dejar todo atrás en mi vida, ese antes y después. Esa marca eterna, esa cicatriz que siempre me recuerda el poder del sentir, y todo lo que no debí haber hecho, todo eso de lo que he aprendido.
Sos culpable de todo lo poco o mucho que he escrito (que monocromática y aburrida). De mis más largas noches de borrachera avergonzante, de los llantos en el baño de la biblioteca, de los llantos en la ducha durante meses (y en cualquier lugar que se te pudiera ocurrir). De mis pérdidas de dignidad más memorables y tantas cosas más. No puedo decir que encontraré a alguien como tú porque estaría mintiendo. Lo que tuvimos fue de una intensidad que no puedo volver a imaginar. Los besos, la risa, los nervios, la sed.